La muerte es un lugar común del que ya se dijo todo, pero solo se piensa en ello cuando te pasa de soslayo y digo de soslayo pues si te da de frente ya no hay tiempo de reflexiones o al menos tiempo para consignarlas. Así que en este caso no hay más que aprender de la experiencia ajena.
Que es inexorable ya se sabe, que es para siempre también, pero cuando es consecuencia lógica a una enfermedad tortuosa o el paso a seguir en la vejez, trae consigo unas lecciones tan poderosas que cambian por completo la precepción de tu propia vida y te hacen contemplar aterrado el uso del tiempo.
Pensar en la muerte como consecuencia ineludible de estar vivos es vano y demasiado obvio.
Pensar en la muerte como consecuencia ineludible de estar vivos es vano y demasiado obvio. Pero pensar en lo corto que es el tiempo en el que permaneces en este mundo saludable, valiéndote por ti mismo y tomando tus propias decisiones es devastador, resulta absurdamente corto, considerando además que tu disfrute estará cuestionado por la precepción de juventud que tenga el otro y no será sencillo garantizar tu goce sin pasar por los cuestionamientos ajenos que mal que bien en la medida que pretendas dar explicaciones empañaran en algo ese ya limitado tiempo de regocijo.
Ahora bien, estás condenado a un corto tiempo en el que tus acciones no tienen ningún reproche, ni muy joven ni muy viejo. Este rango rígido de aceptación es sometido al escrutinio público como si tu vida fuera un espectáculo pago en el que se te exige una experticia tal, que cual quiera que sea tu divertimento es sometido a una crítica implacable de los espectadores que se adjudican el derecho a palco.
Dice la canción que los desafinados también tenemos un corazón, así que no nos quites el derecho a cantar, a bailar, a reír, a cualquier tipo de expresión que nos haga felices, nosotros los desafinados del glamur, la danza, el arte y las letras, estamos en nuestro derecho de disfrutar la delicia de estar vivos, sanos y con toda la disposición de darle un uso a nuestras propias vidas.
Los estándares estéticos y glamurosos que decidieron imponernos solo están en la limitada cabeza del que juzga. Ya la muerte se hará cargo de poner fin a los sueños, ya la falta de salud física y mental nos condenará al deterioro, no tendrá piedad, nos quitará el poder de decidir sobre nuestros cuerpos y no será clemente en a quienes les dará el timón de nuestros últimos días de vida. Permítannos ser felices mientras podamos.
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